Recuerdo que en mi infancia las maestras de primero y segundo grado nos decían que para aprender a leer, uno tenía que ir leyendo e imaginando que uno mismo era quien estaba en esa historia, el personaje principal, quien al mismo tiempo, conjugado en presente, era quien la vivió.
Quizás este aprendizaje me ha servido en la vida para disfrutar el placer de leer, porque en cada libro abierto sin duda hay un cerebro que habla, además en esa maravillosa experiencia de la lectura podemos crear, soñar, volar, ser y no ser. Teniendo en cuenta que todos los libros nos hablan y nos permiten dudar, negar o afirmar.
No sé si en la actualidad, los profesores inducen a sus estudiantes a aprender a leer creyéndose en el papel de ser personajes extraordinarios, lo que si estoy seguro es que cada vez necesitamos más libros abiertos y recorridos de principio al fin, pero también más lectores que se permitan vivir una experiencia con la imagen de algo que transforma sus almas.
Ya que es la única forma de cada día, ser un generador de las ideas, de una nueva óptica de vida, de contar una realidad fascinante encarnando los dones del gozo, la libertad y el amor. Aun así me gustaría compartirles este proverbio hindú para que en el futuro podamos conquistar una nueva generación de soñadores, creadores y recreadores.
“Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona y destruido un corazón que llora “.
Columnista: Sebastián López Alzate