El mundo de los técnicos de fútbol es muy peculiar, cada uno tiene su mundo aparte. Tienen ideas originales y otras copiadas de los entrenadores que admiran, viven entre la felicidad de las victorias y el miedo a las derrotas, entre una y otra, el empate es su única tabla de salvación.
Además los grandes estrategas del balompié nacional e internacional viven entre la ansiedad, la felicidad, la decepción, la verdad, la mentira que enmascara la realidad y las ruedas de prensa donde muestran su talante. Teniendo en cuenta aquellos que son frenteros y cuentan su propia realidad, hay quienes la enmascaran en las derrotas y maximizan la importancia de haber conseguido una igualdad cuando saben, en el fondo, que nadie les va a creer.
De igual manera están los que hablan poco y otros que hablan mucho, sobre todo cuando las cosas no están bien. Cuando eso pasa, las disculpas son de todo tipo. En ese contexto todos son culpables menos ellos. Es que hay técnicos que se creen infalibles, que insisten en su idea futbolística a raja tabla así no les funcione.
También hay algunos muy claros en sus conceptos y hay quienes comentan de más quemando minutos y minutos en explicaciones en las que comienzan a dar vueltas, un tema sobre otro, y se van perdiendo en sus propias palabras que distan mucho de la realidad que tratan de explicar.
De todas maneras he aprendido que cuando un técnico habla poco y en concreto es porque el éxito lo acompaña. Adicionalmente que el que habla mucho, tratando de explicar lo inexplicable o tratando de disculpar lo indudable, es porque ha comenzado a perderse en las propias fórmulas de sus estrategias y planteamientos porque los resultados trazados no aparecen. Finalmente los técnicos saben que su único propósito y su única aceptación en el mundo del fútbol es que sean ganadores. Así sepan mucho, así sean maestros o filósofos. Solo ganadores…
Columnista: Sebastián López Alzate
