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La esencia incomprendida de la humanidad


Todos tenemos la impresión de que nuestra opinión es necesaria para el funcionamiento del mundo, y que gracias a Dios, las redes sociales le permitieron a la sociedad el hecho de que el mayor número de personas la puedan conocer, lo cual no solo es una expresión de liberación, sino una mentira de nuestro ego que, en su función de protegernos de los demás, crece y crece.

No somos dueños de la verdad y los demás pueden ignorar nuestro mensaje y seguir siendo felices. No tenemos en las manos el control de la vida de los otros y ellos pueden, con libertad y desenfado, dejar pasar nuestras palabras rebuscadas y afiladas que intentan hacerles conocer lo mal que están. No somos mejores, ni tenemos más dignidad que ellos por la gran cantidad de conocimiento que tenemos en nuestra memoria o expresamos en algunas destrezas; todos somos igual de dignos y tenemos que desplegar nuestra esencia en la cotidianidad en la que vivimos. Donde me gusta poder entender la vida desde las siguientes realidades.

El compromiso de ser nuestra mejor versión es con nosotros mismos en primer lugar. No queremos alcanzar metas, desarrollar habilidades y reconstruir procesos solo para ser aplaudidos por los demás, sino porque sentimos la necesidad profunda de realizar nuestros sueños desde los principios que hemos elegido. Nadie nos impone un “deberías”, eso lo elegimos con libertad y conocimiento de quiénes somos y qué queremos ser. Hay que tener cuidado con los moldes universales, con los “ideales” que se nos quieren imponer a todos a través de las modas, de las tendencias, de los algoritmos, porque esos siempre son ideológicos, sirven a intereses muy particulares y definidos que desconocen nuestra singularidad y que por lo mismo no nos harán felices.

Además y así suene raro tenemos derecho a equivocarnos, a reconocer el error, a arrepentirnos, a resarcir, restaurar y recomenzar. Nadie tiene que quedarse anclado en la falla que cometió. Todos podemos reconciliarnos con lo mejor de nosotros y trabajar para encontrar de nuevo el camino. Ahora hay jueces existenciales que, desde la superioridad moral, se encarga de señalarnos, descalificarnos y querernos recordar en el infierno que se han inventado para los que no son como ellos; a esos los miramos con libertad y les recordamos que sus juicios no nos hacen terminar con la posibilidad de reconstruirnos y seguir adelante.

Columnista: Sebastián López Alzate

Espiritualidad

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