El ataque de Rusia a Ucrania, que ya lleva tres meses desde que comenzó, como se advirtió desde un principio, corre el riesgo de llevar al hambre a millones de personas en todo el mundo. Estos dos países suministran el 28 % del trigo que se comercializa en todo el planeta, el 29 % de la cebada, el 15 % del maíz y el 75 % del aceite de girasol.
Las sanciones a Rusia y el bloqueo de los puertos de Ucrania han impedido que gran parte de esta producción salga hacia sus destinos en el mundo. Donde los agricultores de otros lugares luchan por compensar el déficit, con el gran problema de que los márgenes en los beneficios se ven reducidos debido al aumento del precio de los fertilizantes.
Incluso antes de la invasión, el Programa Mundial de Alimentos había advertido que 2022 sería un año terrible. China, el mayor productor de trigo, ha dicho que, después de que las lluvias retrasaron la siembra el año pasado, esta cosecha podría ser la peor de su historia.
Además todo esto tendrá un efecto doloroso sobre los pobres. Los hogares de las economías emergentes gastan el 25 % de sus presupuestos en alimentos, y en África por ejemplo hasta el 40 %. En muchos países importadores, los gobiernos no pueden permitirse subsidios para aumentar la ayuda a los de clases sociales bajas, especialmente si también importan energía, otro mercado que se encuentra en plena crisis.
Finalmente en el futuro, no habrá ningún país que se libre de las consecuencias negativas de un conflicto armado que extiende la sombra del hambre por donde se lo mire y que induce a que muchos tengan que pensar en una economía de puertas cerradas. Otro reto más para los gobernantes del mundo y una batalla diaria para los ciudadanos que ya tienen el bolsillo afectado.
Columnista : Sebastián López Alzate