La situación de los migrantes haitianos represados en Necoclí empeora con los días. Los últimos datos indican que cerca de veinte mil están a la espera de atravesar el golfo de Urabá para continuar su camino hacia el norte del continente y llegar a los Estados Unidos. La mayoría se van quedando sin recursos y la están pasando muy mal. Algunos han enfermado y muchos duermen en la playa o en las calles. El hacinamiento provoca riñas entre ellos.
Pero si el panorama es dramático para los migrantes, para este municipio antioqueño, que según el censo poblacional del Dane en el año 2018 tiene 43.000 habitantes en su área urbana, es extremadamente crítico. Es como si su población hubiera aumentado en casi un cincuenta por ciento de un momento a otro. Con el agravante de que los extranjeros están prácticamente concentrados en dos calles, lo que tiene colapsada la vida de la población.
El alcalde Jaime López dijo esta semana que el hospital está desbordado, a tal punto que ha tenido que dejar de atender a los propios habitantes de Necoclí para concentrarse en la atención de la población migrante, como mujeres embarazadas y niños. Las posadas y hoteles de la cabecera municipal no dan abasto. La comida está escaseando.
Cabe señalar que, en el caso particular de Colombia, los municipios han hecho un esfuerzo enorme, aun con las limitaciones presupuestales que tienen, para tenderles la mano y colaborarles para que sigan su tránsito. Pero definitivamente esta ola migratoria que afecta a toda la región, pero en especial a México, Costa Rica, Panamá, Colombia, Chile, Perú y Brasil, requiere del apoyo de la comunidad internacional. América Latina no será capaz de enfrentar sola este fenómeno que, además de los haitianos dispersos por toda la región, incluye a millones de venezolanos que huyen de su situación económica y política.
Columnista : Sebastián López Alzate