El fatalismo climático es la idea de que ya no se puede hacer nada para frenar el calentamiento global, y de que es muy probable que la humanidad se extinga. El tema, como tantos otros que se han vivido en los últimos años, comienza con una opinión cualquiera basada en datos manipulados, se lanza a las redes sociales y, luego de tanta difusión que tiene, llega a convertirse en una falsa verdad.
La comunidad científica y los activistas que defienden posturas proactivas para continuar protegiendo el medio ambiente se oponen por completo a esta moda que corre irresponsablemente por las páginas web. Sin negar que hay grandes y profundos cambios en todo el mundo, y que algunos de ellos son irreversibles, quienes sí están bien informados no se cansan de repetir que el mundo no se va a acabar, que lo que se necesita es el compromiso serio de cada uno para no seguir emitiendo gases de efecto invernadero.
Además lo que hace el pesimismo es que se aprovecha y exagera la sensación de desesperanza de la gente con mensajes apocalípticos que se convierten en una espiral negativa que arrastra a miles de personas a creer que ya no hay nada que hacer frente al cambio climático. No son negacionistas, pero sienten que ya es demasiado tarde, y se retroalimentan unos a otros con comentarios pesimistas que o bien son falsos o son engañosos.
Por otra parte, esto no es que ocurra solo con el tema ambiental. La mentira es una realidad instaurada entre los usuarios. Según una encuesta publicada en la revista Computers in Human Behavior, solo un 16 % de las personas son completamente honestas en la red. Mientras el 98 % de ellas creen que las personas con las que interactúan mienten. Los expertos coinciden en que la mentira es una herramienta más de la comunicación, pero una bastante peligrosa al viralizarse. Bien sea en política, salud, economía o cualquier aspecto social, el riesgo de confundir a la gente es muy amplio y cunde la confusión a medida que el origen del rumor se va difuminando.
Modificar las pautas de consumo o movilidad de manera individual suma en el camino por encontrar la solución. No se puede entregar la responsabilidad que se tiene como individuo para que sean otros los que arreglen esta situación medioambiental.
Es clave presionar a los gobiernos y a las empresas para que tengan un control activo sobre el uso racional de los combustibles fósiles, pero no por ello hay que acabar con las iniciativas individuales de consumo y darle espacio al negativismo que paraliza. Porque el fatalismo medioambiental es el equivalente a la figura del avestruz que esconde la cabeza en la arena cuando se asusta. Si gran parte de la sociedad se entregará a esta práctica paralizante, entonces sí estaría todo perdido.
Columnista: Sebastián López Alzate