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“Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos; has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a rebosar. Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en tu casa, oh, Señor, por siempre viviré” (Salmo 23, 5-6).

La imagen, tributaria de su contexto físico y cultural, expresa a Dios como refugio en medio de todas las situaciones de la vida. Los humanos nos experimentamos vulnerables y frágiles, lo cual nos puede hacer vivir paralizados por el miedo y el cansancio ocasionado por todo el esfuerzo que hacemos a diario por superar las adversidades, además la experiencia espiritual quiere ser fuente de serenidad y paz frente a esas situaciones.

Presentar a Dios como refugio, es una manera de hacernos conscientes de que detenernos un momento, interiorizar, silenciar el corazón, conectarnos con nuestra esencia y allí trascender al encuentro con lo sublime, genera en nosotros esa experiencia de armonía, confianza y esperanza que nos permite asumir cada situación de desafío y riesgo, como una oportunidad para crecer y avanzar en la realización de nuestros sueños y objetivos.

Ninguna experiencia espiritual que nos lleve a destruir nuestro “yo”, que nos impida explorar y conocer la vida, que nos haga creer que somos superiores a los demás y nos empuje a acciones discriminatorias, que nos aísle y nos desconecte de los otros seres del universo, puede ser sana y merece ser cuestionada.

Todos requerimos experiencias espirituales para sosegar nuestro espíritu y sentir que somos capaces de salir adelante de todas las trifulcas que se generan en la cotidianidad con nuestras decisiones, acciones y omisiones. Encontremos esas prácticas que nos hacen vivenciar ese refugio tan necesario para seguir siendo personas productivas y exitosas, pero, sobre todo, felices.

Sin esa experiencia de saberse acogido, amado y lleno de posibilidades, la vida con sus desafíos nos hace sufrir demasiado. Por ejemplo, a mí los salmos, las canciones cristianas y la celebración de la santa cena, me permiten tener conciencia del refugio que es Dios para mí. Me siento en su mesa a disfrutar la existencia desde su amor infinito. Al fin y al cabo, la vida se hizo para gozarla.

Columnista: Sebastián López Alzate

Espiritualidad

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